La infancia perdida Novela Capí­tulo III

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Roberto Santamaría Martín
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La infancia perdida Novela Capí­tulo III

Mensaje por Roberto Santamaría Martín »

La infancia perdida Novela Capítulo III

Entraron todos juntos en el metro dirigiéndose hacia el andén, donde tomarían el tren que les llevaría a casa.
Los hijos de Celia quedaron impactados por la novedad, era la primera vez que conocían el metro de Madrid, el olor de aquél subterráneo, por donde discurría el convoy, el continuo ir y venir de los viajeros por los andenes, era para ellos una excitante primicia.

Julia no había podido tener hijos, un problema de deformación de la matriz le había impedido ser madre. Vivía junto a su marido en Vallecas desde hacía diez años en una casita de una sola planta que se había mantenido milagrosamente en pie durante los bombardeos y el fuego de artillería que había castigado durante la guerra, arrasando casi todo el barrio.
Junto a la casa de Ernesto, se encontraba otra más pequeña, cuya estructura se había salvado a pesar de que un obús de artillería pesada había impactado contra el tejado sin llegar a explosionar, pero dejando la cubierta de la casa totalmente destrozada.

Vallecas siempre había sido un barrio obrero de gentes muy solidarias, por ello cuando Andrés llamó a su amigo Ernesto pidiéndole ayuda para instalarse con su familia en Madrid, él a su vez recurrió a sus vecinos para con su ayuda restaurar, en lo que pudieron aquel techo que albergaría a sus amigos.
Para ello utilizaron vigas y tejas que recuperaron de las numerosas casas que habían quedado destruidas, y consiguieron dejarla modestamente habitable. Sólo quedaba procurar los muebles imprescindibles para que la pequeña casa quedara lista para cuando llegaran Andrés y su familia. Para ello Ernesto organizó una colecta entre los vecinos.
Compraron en el rastro camas, mesillas de noche, dos armarios, una mesa para el comedor y seis sillas, además de los útiles necesarios para la cocina; Celia sólo tendría que poner el ajuar, mantas, sabanas y demás ropa de hogar.

El metro se detuvo en la estación, habían llegado a Vallecas, Celi y Anselmo subieron corriendo las escaleras del metro en un reto por ver quién llegaba antes a la salida, mientras que detrás les seguían los demás, todos sentían un poco lo mismo, para ellos todo era nuevo, el deambular de las gentes que iban por las aceras dirigiéndose a sus quehaceres era continuo. Por las principales calles de Vallecas aún quedaban restos de parapetos formados por sacos de tierra como testigos inertes de la recién acabada guerra.
Emprendieron la marcha por la calle Monte Igueldo, en un trayecto que les llevaría veinte minutos hasta llegar a sus casas, los dos pequeños iban unos pasos por delante de Ernesto, Alfonso y su madre. De pronto Celia soltó un grito.
– ¡Celi, dale la mano a tu hermano y no os alejéis tanto!
Al poco tiempo un fuerte rumor de motores llegó hasta ellos, al momento Ernesto supo de qué se trataba, y a los pocos minutos todos lo pudieron ver con sus propios ojos. Una gran columna de camiones del ejército con hombres uniformados que se dirigía hacia el cuartel que había al final de la calle. Al paso de estas caravanas militares era frecuente ver grupos de falangistas que al grito de ¡Viva Franco! y ¡Viva España!, obligaban en actitud humillante, a ancianos y mujeres a que alzaran el brazo a modo de saludo fascista, mientras les forzaban cantar el “cara al sol”, cubriendo de golpes e insultos a todo aquel que se atreviera a desobedecer. Por suerte Ernesto se había dado cuenta de su presencia y antes que llegaran a su altura, empujó a Celia y sus hijos mientras les decía.
– ¡Rápido entrar ahí! ¡Refugiaros en este portal!
Pasados unos minutos tanto los camiones del ejército como los “camisas azules” desaparecieron a lo largo de la calle Monte Igueldo, y Ernesto, Celia y sus hijos pudieron seguir su camino.
– Bueno Celia, ya hemos llegado. — dijo Ernesto mientras se paraba ante su casa.
– Si te parece pasamos y saludas a Julia y luego te ayudamos a instalarte.
– De acuerdo Ernesto. — dijo Celia
Ernesto levantó el llamador y lo soltó varias veces repitiendo la llamada.
Julia estaba preparando la comida cuando oyó como tocaban a la puerta, se limpió las manos en un paño de cocina y se dispuso a abrir.
– Hola cariño, te traigo una visita que te encantará. —dijo Ernesto mientras besaba a su mujer.
Nada más apartarse su marido, Julia y Celia se vieron y dando un grito de alegría se abrazaron mientras unas lágrimas corrían por sus mejillas.
– Qué tal el viaje. —pregunto Julia mientras besaba a los hijos de Celia.
–Bueno Julia, bastante cansado, te puedes imaginar después de diez horas de viaje.
– Tus hijos están preciosos y Alfonso esta hecho todo un hombre y muy buen mozo.
– Gracias amiga, ya me ha dicho Ernesto que tú también has puesto tu granito de arena en preparar la casa. — dijo Celia.
– De nada amiga, para eso están los amigos. Ni que decir tiene que os quedáis a comer. —dijo Julia
– No sé como os vamos a pagar todo lo que hacéis por nosotros —contestó Celia mientras sus ojos se llenaban de lagrimas.
– ¡Venga! ¡Venga! Celia, olvídate de eso y vamos a comer. — cortó Ernesto, mientras mostraba las sillas.
Julia había guisado un buen cocido madrileño. Una gran olla humeante presidia la mesa, que reconfortaría sus fatigados cuerpos.
Mientras comían el riquísimo guiso, Julia preguntó a Celia. — Cuándo llega Andrés a Madrid.
– La última vez que hablé con él me dijo que si todo iba bien, nos encontraríamos hoy en la noche. —Contestó Celia
– Imagino las ganas que tendréis de estar juntos. —dijo Julia.
– Figúrate, después de tres años. —respondió Celia.
Habían terminado de comer y Celia se levanto dispuesta a ayudar a Julia a recoger la mesa y a fregar los cacharros y los platos, era lo menos que podía hacer en agradecimiento por todo lo que estaba recibiendo de sus amigos.
Al poco tiempo Ernesto dirigiéndose a Celia le propuso. —Vamos a prepararlo todo para que cuando llegue Andrés esté todo listo.
– De acuerdo Ernesto, cuando quieras.
– Sabes, estoy pensando que sería mejor que los peques se quedaran aquí con Julia, con Alfonso y Celi, tendremos la ayuda necesaria
– Sí, está bien Ernesto, creo es una buena idea. —respondió Celia.
Salieron a la calle y se dirigieron a la casa siguiente a la de Ernesto, este metió la llave en la cerradura y giró esta, abriéndose la puerta con un chirrido de sus goznes. —Habrá que ponerle un poco de aceite, pensó Julia.
La casa olía a limpio, estaba claro que tanto Ernesto como Julia habían hecho un buen trabajo.
Un pequeño zaguán daba paso a un pasillo distribuidor donde a través de el se accedía a las dependencias de la casa; estas estaban compuestas por la cocina y cuatro habitaciones, además de un pequeño habitáculo con un retrete y un pequeño lavabo.
Julia iba anotando mentalmente aquello que echaba en faltan. Lo primero es que tendría que ir a la ferretería y comprar bombillas ya que en algunas habitaciones no las había y de paso compraría lo necesario para la cena.
– Bueno Ernesto, ya hemos acabado aquí, ahora tendremos que ir a comprar algunas cosas que me hacen falta.
– De acuerdo Celia, te acompaño así te enseño Dónde están las tiendas y te ayudo a traer la compra, —Gracias amigo respondió Celia, al tiempo que se dirigía a sus hijos. —Alfonso, Celi, veniros con nosotros, tenemos que ir a comprar. Dijo Celia dirigiéndose a sus hijos.
– De acuerdo mamá. —dijeron casi al unísono los dos muchachos
– ¡Qué bien! así iremos conociendo el barrio. —añadió Celi con entusiasmo, al tiempo que salían de casa.

Emprendieron la marcha y después de recorrer varias calles, llegaron a un colmado. El local era bastante grande y en el se podía encontrar todo aquello que uno pudiera necesitar, desde una sencilla bobina de hilo, hasta cualquier herramienta, pasando por una amplia gama de alimentos.
Julia fue comprando todo aquello que recordaba, ayudada por Ernesto y los dos muchachos, después de pagar se dirigieron de vuelta a casa, aún tenían que preparar la cena para cuando llegara Andrés.
Estaba muy inquieta, sabía que su marido había pasado momentos muy duros y se preguntaba si habría cambiado mucho después de esos tres largos años.

©Roberto Santamaría
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CAPÍTULO IV EN PREPARACIÓN

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Ultima edición por Roberto Santamaría Martín el Jue May 13, 2010 6:59 pm; editado 2 veces

Marí­a de león
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Comentario al 3º capitulo de la novela

Mensaje por Marí­a de león »

Y...al fin soy la primera en leerlo, muy bueno , interesante.
Un saludito.
María

Roberto Santamaría Martín
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Re: Comentario al 3º capitulo de la novela

Mensaje por Roberto Santamaría Martín »

María de león escribió:Y...al fin soy la primera en leerlo, muy bueno , interesante.
Un saludito.
Marí­a
Gracias mi estimada poeta y amiga María por pasar y dejar tu grata huella sobre mis letras, me alegra saber que te gusta el tema.

Un abrazo poético

Roberto

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