CUENTOS DE VERDAD

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A. Elisa Lattke V.
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CUENTOS DE VERDAD

Mensaje por A. Elisa Lattke V. »

CUENTOS DE VERDAD

Primera parte:


Sí, así ha sido siempre en todas partes del mundo por lo que oigo. En América se utilizaba el cuento oral e improvisado y las leyendas para que los niños se fueran a la cama. Aunque luego no podían ni dormir a causa del miedo que algunos cuentos o leyendas les dejaban en el cuerpo y, llenos de ansiedad y llorando, terminaban por dormirse en la cama de sus padres donde se sentían seguros.

Una vez, ‘mi maga’, como llamaba a mi abuela materna nos contaba esos cuentos sobre hadas, brujas, duendes y cuentos de "aparecidos" como: "El hombre sin cabeza", "La pata sola", "El hojarasquín del monte", "El Judío errante" y un largo etcétera pero no a la luz de la lumbre, porque la casa estaba en pleno campo rodeada de montes espesos y los espacios eran muy grandes dentro de ella, teniendo que cerrar algunos puntos que llevaban a los jardines y a los patios traseros; así que no podían contarnos los cuentos "a la luz de la lumbre" como era la costumbre, porque la cocina estaba a treinta metros del salón y, si nos entraba ganas de ir al servicio o al retrete, por miedo de ir solos siempre iba mi abuela o mi madre con una vela o farolillo de petróleo alumbrando el camino; había que caminar más cien metros largos desde la puerta trasera de la casa e internarse por un camino de tierra por el patio, que estaba lleno de árboles frutales, maizales de cultivo y, todo lo demás era salvaje como los cafetales, plataneros, naranjos, papayas, cocoteros, piñales, cacautales, guayabal, badeas, chirimoyos, guanábanos, mangos, mamoncillos, anones, chiminangos, piñuelas, guamos, chambimbes, tapaculos, platanal, ceibas y un cachimbo donde a veces habían buitres porque había un potrero de ganado bovino y, alguna res si aparecía muerta, ellos se encargaban como 'buenos inspectores de higiene' de dejar limpio el potrero de carne en descomposición. Así que, hasta llegar al otro extremo del enorme solar, que ocupaba nuestra residencia habitual, si teníamos que ir de noche debíamos hacerlo acompañados. El recurso habitual era las típicas bacinillas u orinales de losa esmaltada y con tapa en todos los hogares y uno por cada usuario; si no daba abasto se utilizaba el menos lleno para 'aligerar' lo que fuese... y se sacaba fuera de la habitación (...) y, eso que por el día la caseta de nuestra letrina, era diferente a las del resto de las casas del pueblo. La nuestra era muy cómoda y simpatiquísima. La había hecho mi abuelo que era ebanista y carpintero y constructor de casas. El diseño era de mi padre que procedía de Australia. Así que las indicaciones de mi padre no se dejaron esperar, la acequia o arroyuelo de agua corriente, que cruzaba nuestra propiedad era útil a todos los demás vecinos por dónde ´circulaba, siendo nostros los más aledaños al monte cerrado los primeros. Ver allí nuestra letrina puesta, pintada con los colores de la insignia nacional de Colombia, con puerta, ventanuco acristalado, cortinita, techo abatible y agua corriente sin "tirar de ninguna cadena" era todo un lujo, levantada sobre una estructura de hierro y madera muy sólida y no dejaba de llamar la atención aquienes la utilizaban. Mi madre tenía revistas en castellano, alemán e inglés para los visitantes y algunas en frances. Mi padre sabía varios idiomas. El problema era cuando llegaba el sonido de la banda municipal tocando sus instrumentos de viento y percusión, al pasar por todo el pueblo y un camino aledaño a nuestra propiedad. Cuando era una "fiesta patria" el viento traía las notas del himno nacional... y mi madre y mi abuela, tan patriotas ellas, olvidaban lo que estaban haciendo se levantaban como un palo tieso, poniéndose firmes y con la mano en el pecho. Siempre habían anécdotas muy graciosas sobre sus deberes patrios y del cuerpo.(...)

En la letrina al aire libre no se concentraban hedores por el agua corriente circulante. Hasta cangrejos americanos en el fondo de la acequia se dejaban ver y algunos pececillos y sapos. Las ranitas estaban en el primer jardín donde había una charca con plantas de hojas tan enormes que podían servir de paraguas. Era mi lugar preferido. allí pasaba mucho tiempo sentada sobre una enorme piedra con mi perro preferido, mientras leía o estudiaba. En la otra acequia las gallinas si pillaban un cangrejo se lo comían a picotazo limpio... y a los pobres lagartos, ratones y topillos... "¡Así estaban de hermosas y ricas!" -decía mi abuela cada vez que había que "retorcerle el pescuezo" a una para comer. Eso me obligó a ser vegetariana y añadir un sufrimiento más a mi madre, "para que estuviese sana y comiera equilibradamente, tienes que comer carne"... (¡Puaf!)

En caso de lluvia si estabas dentro de la letrina se bajaba el techo abatible, pero dejaba pasar la luz solar o de la luna si era de noche. Siempre había un farol de petróleo, fósforos o un candelero con velas. "Si tiene estreñimiento cuente las estrellas y relájese, dése golpecitos en las rodillas con los puños y ría mucho"... Decía un letrero en inglés y castellano con la imagen de una caricatura de Hitler por debajo,que estaba haciendo del vientre y había un plato de dardos por si alguien quería jugar un rato con "el Firer". - A los amigos judíos de mi padre, les encantaba hacerlo. También se podía leer los recortes de prensa atrasados, aunque fuesen recortados en pequeñas cuartillas que se arrugaban manualmente para facilitar su uso" (...) La gente que solía pasar y no conocían el lugar soltaba una enorme risotada haciendo volar hasta las aves. Mi abuela solía merodiar por el lugar con cualquier pretexto porque no quería perderse las risas de los huéspedes o invitados. Para ella todo era divertido, jamás la vi llorar, su fortaleza y buen humor la acompañó toda una vida; y eso que había gente muy mala que nunca estaba contenta de vernos felices a todos y de niños crecer sanos. Nos robaban a menudo muchos animales de corral o nos envenenaban los perros. No valía que mi abuela les diera animales vivos o alimentos de los que cosechábamos, a cambio de unas simples gracias.
...
Los laterales de la caseta tenían a cierta altura unos rendijas redondas a modo de mirillas con un tapón de corcho, así podíamos saber de los merodeadores comunes y naturales en ese lugar o, quiénes eran los que se acercaban al escuchar las pisadas en el suelo o de algo que se arrastraba con sigilo... Sí, porque por la hojarasca y las ramas secas podíamos sentir a extraños de cuatro patas, a los de vientres deslizándose zigzagueantes de algunas serpientes y los de 'dos patas' que pasaban a robar los racimos de plátanos y otros frutos. Normalmente se dejaban chamizas secas y trampillas cerca, para que sonaran y nunca se hablaba de ello y así nos dábamos cuenta de cualquier paso en falso. Dentro de la caseta había también un cuerno para hacer llamadas en caso de peligro, un machete y un cuchillo colgados; al cuerno le insuflábamos aire por la punta rota, soplando en forma de pedorreta haciendo tapón con una mano , abriéndola y cerrándola para expandir el sonido y era muy fuerte. Estaba prohibido tocarlo si ni había peligro. Cuando esto ocurría siempre era por algún animal peligroso y mi abuela estaba atenta, porque sentía el sonido desde la cocina, por eso cada vez que íbamos al lugar, al pasar por en frente de la misma, se lo decíamos a mi abuela o a nuestra madre.

Si, íbamos al extremo de los solares no dejaba de ser una pequeña aventura, por el riesgo que suponía adentrarse en un lugar de vegetación muy tupido y que sólo conocíamos nosotros, pues nos encantaba coger a todo tipo de bichos y sobre todo observar sus vidas en su propio habitat. Sentíamos los sonidos del monte todo el día aunque con lindes de división, fácil de acceder a ellos. podíamos ver las culebras grandes, lagartos, monos robando en los maizales y tarántulas entre las hojas de los cafetales. Mi lugar predilecto era mirar todo aquello desde los árboles más altos, allí estudiaba, leía, pensaba y oteaba a los ladrones de frutos; de vez en cuando se llevaban un buen caucherazo con los duros chambimbes que metía en mis bolsillos ( unos frutos silvestres que dan jabón natural y son muy duros) Avisaba a mi abuela disparando otro sobre la caseta de zinc del cobertizo, cercano a la cocina. Su sonido se expandía inmediatamente y aparecía mi abuela con la escopeta y un palo. Normalmente estaba pendiente de mí, más que de mis hermanos mayores, "porque desaparecía rápido entre el monte por cualquier cosa que llamaba mi atención", se quejaba a mi madre muy preocupada. También salía obligarme a atarme a los árboles, con una correa de cuero ancha que era de mi abuelo, porque a veces me bajaba la tensión y más de una vez perdía el equilibrio en las ramas. Así no se confiaba. Tampoco me lo prohibían porque me sentía muy feliz subida en los árboles.

En el espacio ajardinado que rodeaba la casa también pasaba otra acequia de agua corriente, que venía de las vertientes de la Cordillera Central. Era un arroyito cantarín que bordeaba toda la casa y daba alegría al huerto, llas plantas de flor, aves animales domésticos. Iba a unirse a la siguiente acequia, pero este era potable aunque mis padres utilizaban un enorme filtro de loza con grifo para beber de allí el agua, que siempre estaba muy fría y cada día se cambiaba. Las orquídeas de todod tipo como las rosas y dalias eran adoración de mi madre. Nunca faltaban flores en el jardín y los pájaros estaban todo el día cantando pero nunca estaban enjaulado. Se habían acostumbrado a la tranquilidad que les brindábamos todos e incluso, se les dejaba fruta fresca en algunas horquetas de los arbustos ornamentales, crotos de variados colores y formas diferentes de hojas, cocales donde anidaban tominejos o colibrís, Habían caimos, limoneros y un enorme mango que daba otra variedad más grande llamada 'manga', árbustos de júpiter cuya floración era de variados tonos. Lirios bordeaban el arroyuelo, poleo, menta, herbabuena, albahaca, y otra variedad de orégano y azafrán de América tropical. No nos faltaban las hortalizas, yucas, uyucos y papas de varios tipos. Recuerdo un hermoso zpote, una fruta muy buena, naranjas limas (muy dulces) y las enormes toronjas y pomelos, granadas, brevas e higos; muchas de estas frutas eran preparadas por mi abuela en jaleas, mermeladas y dulces para las navidades.


La acequia de agua, como os digo, circundaba y circulaba por todas las casas del pueblo. Era helada, cristalina y limpia en su inicio porque en la misma abrevaban los animales de carga, los caballos, las aves y los perros, pero utilizábamos la del manantial natural que llegaba hasta la misma entrada de la cocina o la del filtro en el comedor. Mi padre había instalado una bomba de agua que había traído en uno de sus viajes a Europa. ¡Figuraros agua potable y de manantial con ducha y pila al lado de la cocina! Era todo un lujo entonces en la misma América del Sur y al lado de los montes, donde se iniciaba la selva y las estribaciones de la Cordillera Central en Los Andes. Los amigos alucinaban y vivían nuestra aventura y, también, cuando nos visitaban otras gentes amigos e invitados por mi padre. Pero eran ideas que él se había traído a América y las había aplicado en neustro hogar y a nuestra educación. Pero estas otras historias ya os las cuento más adelante, la de los refugiados judíos que mi padre traía a casa, salvados de morir en los hornos crematorios en la Alemania Nazi y el viejo Doctor Herman Meyer que fue de gran ayuda a mi familia.

...Y siguiré con mi cuento, sólo quería que supieseis cómo era más o menos ese entorno de mi niñez, antes de seguir con mis cuentos de verdad.

Segunda parte:

Esa noche de cuentos mi abuela improvisaba uno de duendes... Yo tendría unos cinco o seis años y recuerdo perfectamente todo; también lo recuerda el hermano mayor que aún me queda y que estaba aquella vez por vacaciones del colegio.

Era verano y sin luna, la Vía Láctea en su apogeo enseñaba todas sus estrellas visibles a nuestros ojos... - Algunas veces con mi querida 'maga' y mi madre, en noches de luna disfrutábamos de del firmamento y de nuestra pequeñez ante el, pensábamos en su Artista y nos sentíamos beneficiados y parte de su idea; otras, contábamos estrellas o pedíamos deseos a las fugaces. Nos acompañaban los grillos y ranas cantando allá al fondo del jardín que surtía de agua al mismo cuando no llovía, allí había una laguna natural debido al agua subterránea y un enorme manzano californiano. Los *cocuyos dando sus fogonazos y buscando hembras para aparearse..., los búhos nos miraban desde las ramas y, allí tirados en la hierba del jardín los aromas de las plantas medicinales se notaban en la brisa. Las oscuras mariposas nocturnas enormes y feas libaban de los lirios... De pronto la inquietud se notaba en el gallinero...era un cacareo continuo y molesto y empezaron a ladrar los perros. Mi abuela pensó que era una comadreja, uno de esos depredadores nocturno porque los gavilanes atacaban de día, así que se levantó de la estera que habíamos colocado en el suelo y dejó de contarnos su cuento. Mi abuelo dormía y prefirió no molestarle. Fue a la cocina y cogió una escopeta de pólvora y metralla, la preparó y se la caló al hombro, nos dio un palo de guayabo seco a cada uno a modo de garrote y se llevo el suyo, más grande y largo con unas tiras de cuero curtido a modo de perrero atadas a su punta, lo sabía manejar muy bien. Nos pusimos de prisa las botas y salimos corriendo empijamados para alcanzarla... Mi madre no quería que fuésemos pero casi llorábamos pidiénselo... ¡Sabíamos que seguir a mi abuela era mejor que el cuento que nos estaba contando!

Mis dos hermanos mayores y yo, la seguíamos muy cerca y nos íbamos turnando a medida que andábamos; era la costumbre si salíamos de noche al patio, ella nos decía: "Debéis ser como las iguanas, así podéis tener visión de todo lo que os rodea. Girábamos sobre sí cada cinco pasos para mirar alrededor y atrás, porque aquello era enorme y de noche los árboles y plantas ocultaban lo que se movía...Siempre veíamos de todo escondiéndose entre las plantas o los árboles... Escuchábamos los sonidos y hasta los ligeros movimientos de algunos animales rastreros. Las aves nocturnas hacían sus sonidos extraños... Mi madre se fue a la casa a esperarnos al salón, atrancó la puerta dejando el ventanuco abierto de la entrada para vernos desde el mismo, pero antes, encendió un farol de keroseno a la salida del corredor y lo colgó de un gancho destinado para ello. La luz eléctrica por entonces apenas iluminaba a cinco metros, era muy mortecina.

Cuando pasamos por la cocina mi abuela se detuvo un ratito y tocó la puerta por si la había cerrado bien. Fuera y enfrente de la cocina, donde estaba la pila y el baño, vimos que había un pequeño ser que parecía un niño viejo, sucio y vestido con harapos y sombrero calado hasta las orejas. Se tapaba la frente y a esas horas de la noche, no más de las nueve y media y en pleno verano, era muy rara su presencia y más su indumentaria. Sus ojillos eran azules como los nuestros lo supimos después cuando lo alumbramos, pero de mirada penetrante y dulce; sus labios eran muy finos y tenía la boca grande. El cabello estaba muy ensortijado y le caía sobre los hombros completamente enredado...(Lo describo porque así lo recordamos los hermanos, bueno, el que me queda de los dos. El pequeño ser que digo no abultaría más que yo a mis seis años y era una niña muy delgada.) Estaba sentado encima de la pila de lavar. Mi hermano mayor llevaba otra lámpara más pequeña de keroseno y, mi abuela cogió su brazo y se lo levantó, con el farolillo en alto iluminó al hombrecillo poniéndole la luz a la altura de su rostro y este hizo un gesto de horror, tapándose con ambas manos; gemía como un niño haciendo todo tipo de gestos como si fuese a llorar. Mi maga le preguntó que, qué hacía allí y dijo que cuidaba de las gallinas... Nosotros sólo escuchamos la voz de nuestra abuela, la otra, la del hombrecillo se escuchaba dentro de nuestras cabezas. Mi abuela no le hizo caso, pero me fijé en él...y me acerquá a mis hermanos y les dije lo que pensaba... ¡Era el mismo del cuento, era exacto! ...Y nos miramos los tres pero nos quedamos callados. Estoy segura que él sabía lo que pensábamos porque nos sonreía divertido, cuando lo dejamos allí sentado para salir al siguiente patio.

Mis hermanos y yo nos tropezábamos por mirarle mientras nos alejábamos hacia el linde del terreno. Mi abuela quitó la tranquilla y el candado de la siguiente puerta, siempre cargaba las llaves de toda la casa. Allí ya era diferente, había que salir hacia una zona llena de monte y las luces alargaban nuestras sombras. Sí que daba un poco de temor ver nuestras sombras en el suelo moverse, pero no nos inquietaban nunca otras. Nuestra mamita Elisa, mi maga, abrió una puerta que permanecía cerrada por evitar que pasaran animales extraños al jardín. Daba a un sitio más cerrado y salvaje en vegetación, todo allí crecía a su aire, pero se limpiaba cada año de malezas o montes bajos dañinos, aunque de día no era tan extraño porque lo conocíamos de pasar siempre por todo los puntos. Dejábamos señales en los árboles y en el suelo piedrecitas arrimadas a los árboles para no equivocarnos. Siempre jugábamos por todo sitio supervisados por la abuela y a veces por mi madre. Yo solía estar subida más en los árboles que mis hermanos, jugábamos al escondite o íbamos hasta la acequia para sacar cangrejos, para las gallinas y también para coger frutos de los árboles en una canasta, que me abuela prepaba o mi madre en compota, jalea o mermelada. También en el camino que llevaba a la letrina pasando por el gallinero, estaban a mitad de la senda, los granados y las limas y nos encantaba comer estas últimas cuando apenas maduraban.

Temíamos a las noches en ese sitio porque siempre había animales rastreros y peligrosos, aunque eran inevitables, algunos estaban contemplados por mi abuela y los dejaba pasar al jardín cuando habían otros dañinos, para que se los comieran e incluso a la cocina, ásí no habían ratas o cucarachas y hasta arañas, les poníamos nombres y algunos se dejaban coger. Al salir del jardín y pasar al otro lado sentimos volar algunas aves asustadas con la luz a nuestro paso. Dormían en el aserradero de mi abuelo y donde se apilaba la leña para la cocina y la madera para la carpintería; todo eso lo traían cada mes los indígenas de la tribu calima en bestias de carga, en mulas sobre todo.

Volvimos a ver otro hombrecillo allí sentado en el banco de trabajo. .. "¡Mira, se parece al otro mamita!" -dijo mi hermano mayor. 'Mi maga' le contestó: "¡Es el mismo, no veis como se ríe, él sabe y toda su parentela como pasar por delante de nosotros sin que nos demos cuenta, lo atraviesan todo, son muy rápidos y encima ponen esa sonrisa idiota, parece que se burlan pero son buenos!... Ellos nos hablan... ¿No los escucháis en vuestra cabeza?, sólo hablan así, se comunican con nuestra mente, Dios les negó el habla por rebelarse, por eso algunos lloran como niños recién nacidos y dan mucha pena!"...
Con gesto divertido mi abuela se caló el rifle al hombro amenazándolo... Era un juego, ambos lo sabían porque no se temían y siempre merodeaba por la cocina en de madrugada, le puse el nombre de Silky y a él le gustaba, antes de salir el sol se calentaba en la lumbre porque siempre tienen frío... Por eso aprendí a levantarme muy temprano de niña y madrugaba con mi abuela, le ayudaba a encender la lumbre para que hiciera el café de puchero.
Cuando mi abuela le amenazó en son de juego, el hombrecillo se retorció en un gesto de dolor ante la amenaza y desapareció en una exhalación. Mi abuela lanzó una carcajada porque fue muy gracioso verle como se deshacía en el aire. Nosotros reímos con ella y nos preguntábamos, cómo lo haría...

Después de esto nos callamos con un gesto de mi abuela y ninguno de nosotros, los hermanos, hablábamos para nada, sólo nos codeábamos, nos tocábamos en la espalda o en los brazos mientras señalábamos cosas que veíamos o escuchábamos, intentando no reírnos. Estábamos nerviosos, nos acercábamos al gallinero y ya las gallinas apenas se sentían. La 'maga' nos daba mucha seguridad y parecíamos unos poyuelos rubios y de picos sonrosados a lado de una mamá gallina.

Todo parecía norma y aparentemente había paz en el gallinero y la puerta del corral y el mismo permanecían con sus candados, las gallinas no hacían apenas ruido pero a lo lejos vimos luz dentro de la caseta de la letrina... Una luz diferente, una luz azul que se movía y, delante de la caseta había una mujer vestida de negro, con un pie le daba al pedal de una rueca mientras hilaba allí sentada sobre una enorme piedra. La piedra era un sitio de espera cuando la letrina estaba ocupada. Los perros no paraban de ladrar, porque mi abuela no quiso que salieran y se perdiesen entre los montes, así que les dejó en el jardín anterior. La mujer ni se inmutó al vernos llegar, tenía un manto puesto y los ojos le brillaban en la oscuridad. 'Mi maga' se puso a una distancia de tres metros. Nosotros tres detrás de nuestra abuela y, con la escopeta la señaló y le dijo en voz alta que nos hizo temblar: "¡Si eres espíritu del demonio desaparece; si buscas paz, pues has de saber que estás muerta, llévate tu alma que no tienes cuerpo y, si quieres asustarnos te pego un tiro aquí mismo si sigues también molestando a las gallinas!"... Ella también nos sonrío, se levantó sin decir nada y desapareció en el mismo punto donde estaba, como si se la tragara el monte... La letrina se quedó a oscuras y desaparecieron las luces que veíamos.

A todo esto, yo, que era la más pequeña no aguantaba la risa y mis hermanos estaban llorando. Sin entender nada por qué lo hacían, mi abuela les dijo: "¡Veis a vuestra hermana, es más pequeña y no tiene nada de miedo, vámonos a casa a dormir que ya está bien de cuentos que protagonizan otros y, encima nos meten en el suyo los muy comemierdas espíritus de la noche.".... Creo que mis hermanos se asustaron por lo que había pronunciado en voz alta nuestra abuela, tenía un vozarrón de vendaval cuando se enfadaba.

Volvimos a casa y durante la vuelta cada vez que girábamos veíamos un hombre a caballo que venía detrás nosotros, pero venía como en el aire, eso sí se sentían las pisadas del caballo y los resoplidos de los belfos detrás de nuestros cogotes. Se lo dijimos a mi abuela que ni se inmutaba porque ella era así, también los escuchaba, no le temía a nada era su forma de ser y ver con naturalidad todo fenómeno que no era extraño para ella, conservaba la calma y decía siempre que: "Era algo más del monte, las estrellas y los sonidos de la noche y que cualquiera sabría si en el trabajo de Dios se le olvidó recoger algo....¡Era tanto lo hecho que siempre se dijaban hilachas por la vida!- Como insistíamos preguntando quién era, nos contestó: "¡Es un estúpido español, un jodido conquistador que debió de perder su oro como su cabeza en manos de los indígenas que robó y sigue pensando que está vivo, para encontrarlo; es que ni se ha enterado que su caballo está tan muerto como él mismo!"...y se quedó tan campante con la respuesta que por entonces apenas entendíamos. Diciendo esto nos invitó a aligerar el paso y nos tropezamos de nuevo entre los tres hermanos, por no perder el paso de 'nuestra maga' y nos pegamos a su falda, porque el caballo relinchó y el tipo que iba encima con armadura lanzó una carcajada... ¡Eso no le gustó a mi maga ni a mis hermanos que dieron un grito! No sólo aligeró el paso, sino que me cogió en brazos y mis hermanos bien agarrados la siguieron llenos de miedo, corrimos los últimos metros que nos faltaban hasta la puerta del linde que daba al corredor de la casa. Conforme llegamos me soltó en el suelo y cerró rápidamente la puerta con una tranca y candado. Al pasar por el aserradero si nos dimos cuenta que ya no estaba el hombrecillo, cuando llegamos a la pila mi abuela extrajo de los bolsillos de su delantal dos puros de tabaco, de los que se hacía en casa con las hojas del que se sembraba y se secaban en el artesonado del gallinero, yo o mis hermanos le ayudábamos a hacerlos porque decía que nuestras manitas los dejaban bien apretaditos y mejores hechos, algunas veces se los encendíamos a los abuelos y les dábamos unas cuantas caladas para que no se apagasen; mi abuela masticó el su cigarro por su punta y escupiéndola sacó un fósforo, le prendió fuego y lo chupó varias veces hasta verle encendido; luego sacó otro y apareció el hombrecillo ofreciéndole el suyo para que lo encendiera también, éste sonrío y se puso a fumar. Ambos volvieron a sonreír de nuevo y nosotros también le devolvimos la sonrisa y seguimos en silencio por el corredor de ladrillo, donde se alargaban de nuevo nuestras sombras y llegaban antes a la puerta del salón. El farolillo puesto por mi madre iluminaba hasta la misma puerta de salida al patio. Mi madre nos abrió la puerta del salón asustada por la tardanza, hablaba muy nerviosa porque se había quedado sola. El abuelo ni se había enterado de nada y seguía roncando en la habitación contínua. Mi madre nos dijo que había tenido por un rato de visita a un hombrecillo de esos raros, con un gran sombrero calado hasta las orejas y que encima olía mal, que todo el tiempo permaneció mudo mirándola muy sonriente, pero rascándose todo el cuerpo como si tuviese pulgas; que ella estaba completamente paralizada del miedo y rezando para sus adentros, porque sabía que no era un ser de verdad lo que veía y que no se atrevió a decirle nada, pues al oírnos que veníamos había desaparecido del salón sin saber cómo, teniendo todo cerrado. Mi maga le dijo: "No te quejes Rosa, que ese no te hace nunca nada, te cuida, pero no te hubiese gustado ir hasta el fondo del patio, la tipa esa de negro ha vuelto a aparecer como el año pasado, ¡ya la he mandado a la mierda!"

Nos quitamos las botas y nos acostamos en el cuarto de al lado. Los perros que ladraban allí fuera se habían quedado tranquilos. El cuarto de dormir era enorme y dividido con tres biombos cada zona. La de mis hermanos, mi madre y la mía. Conforme estábamos en nuestros respectivos lechos y aún con la luz de un cabo de vela, escuchamos pisadas sobre el suelo de madera y las carreras y risas de otros niños que no éramos nosotros, nos arropamos hasta la frente. Mi madre pasó a regañarnos y, juro, que aquella noche por primera vez supe lo que era un cuento de verdad... ¡Es que lo habíamos vivido los tres hermanos y eso, como tantas cosas nunca se nos olvida!

Las demás noches y días de este despertar nuevo, fueron los mejores que puedo recordar del vivir allí en América del Sur durante mi niñez. Nunca nos dijeron que lo que veíamos era mentira o una mera ilusión... Era, simplemente lo que era y punto... porque lo percibíamos con todos los sentidos... ¿Quién nos lo niega o nos dice lo contrario? ...Cualquier explicación nunca nos la vamos a creer, nosotros percibimos todo aquello con nuestros cinco sentido o, acaso eran seis...

Aún seguimos disfrutando de vez en cuando de estas extrañas cosas sin creer que es imaginación, recordamos todo lo que nos pasaba de una forma normal y reímos por ello, contándolo a nuestros hijos y ahora a nuestros nietos. Nada era mágico para nosotros los hermanos, sólo cuando leíamos los cuentos de hadas de Perrault, Andersen y Grimm, etc., que nos traía mi padre o su hermana, nuestra tía Ketty. ¡Lo que vivíamos en vivo y en directo, sintiéndolo, si que eran verdaderos cuentos de duendes, hadas, brujas y aparecidos! Algo con lo que desayunábamos todos los días, lo más normal del mundo....¡Porque eran cuentos de verdad y nosotros, los hermanos y mi abuela, estábamos en ellos!

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Elisa. 8-8-06 _________________ [/b]
Los ojos de la noche buscan las pupilas al alba, sólo así saben que se han iluminado de otro amanecer. (Ranita-05)
*Tengo sed... y filtro mis palabras para bebérmelas en silencio.(AlattkeVa)

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Antonia Pérez Garcí­a
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A ELISA LATTKE V.

Mensaje por Antonia Pérez Garcí­a »

¡ Hola Elisa y ranita!....fantástica narrativa, cien por cien veridica,
cómo nos asustaban con los cuentos y que miedo nos hacian pasar
porque si lograbamos dormir aparecian las pesadillas.
Tu... no se las cuentes a la ranita, a ella sólo de bichitos,
Un besote de Antonia.
Un poema... ¡ Que mágica manera de decir que estoy presente !

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A. Elisa Lattke V.
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Re: A ELISA LATTKE V.

Mensaje por A. Elisa Lattke V. »

Antonia Pérez Garcí­a escribió: ¡Hola Elisa y ranita!....fantástica narrativa, cien por cien veridica,
cómo nos asustaban con los cuentos y que miedo nos hacian pasar
porque si lograbamos dormir aparecian las pesadillas.
Tu... no se las cuentes a la ranita, a ella sólo de bichitos,
Un besote de Antonia.
antonia, no te asustes, pero son , como digo, de verdad estos cuentos. No pongo, mi infancia fue así­, por eso recordarla me hace mucho más 'ranita de charca'. Un abrazo.

Elisa
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ERNESTO WÜRTH
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Mensaje por ERNESTO WÜRTH »



LIEBE ELISITA, es un lujo leerte. Soy el lector numero 500,
sin comentarios, eres amorosa, besos ernesto
Me agradaría mucho poder entrar a este foro.
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