La Domadora de las Bestias

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Delfina Acosta
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La Domadora de las Bestias

Mensaje por Delfina Acosta »

LA DOMADORA DE LAS BESTIAS

Era una serpiente pitón, enroscada junto al tronco de un árbol de jacarandá, y yo debía domarla, pues ésa era mi cautela: sujetar la voluntad de las fieras y restregarla ante mi juicio, aunque - interiormente - temblaba como la hoja de la calle golpeada por el viento.
La destreza para domar me salió del asmático piano alemán de mi madre, al que le arrancaba un grito de guerra de Beethoven diariamente, a fuerza de descargar mis dedos de fiera (solía romper mis uñas) sobre sus teclas de marfil; el instrumento de tres pedales acabó por perder la totalidad de sus dientes, reduciéndose a cumplir una simple finalidad decorativa en la sala.
No olvidaré los arañazos del gato montés durante una práctica en el patio de mi casa. La sangre de mi oreja arrancada caía sobre el suelo lodoso, y el gato, sin parpadear, me observaba desde la ventaja de su magnificencia de cometa con cola. Éramos torero y toro en el ruedo. Pero el animal, después de dos semanas acabó entreteniéndose con mi entrenamiento, de manera que cuando yo le decía que se hiciera el muerto, ya había muerto, y cuando le pedía que tomara la leche del platillo, volvía a la vida.

También tuve que domesticar a un halcón: Era un ave magnífica de cetrería, de fuerte musculatura, con un plumaje negro como no se había visto por los alrededores; no se dejaba convencer y volaba hasta las bisagras del techo de la caballeriza espantando a los caballos; en cierta oportunidad estuvo a punto de arrancarme la cabellera, pues sus picotazos parecían querer volar la tapa de mis sesos. Pero yo le dije que se quedara quieta, como le dije que volara a una paloma moribunda de mi ventana; y ella llevó lejos una hoja de canela del cantero del jardín y sanó regresando con una ramita de olivo en el pico.
El halcón empezó a ponerse querendón conmigo.
Desde entonces la gente dejó de faltarme al respeto. Y los hombres me traían sus aves, y yo cobraba sólo el metal justo; el negocio de domesticar me daría dinero más adelante, cuando tuviera en mi poder a aquellos animales que vivían en el bosque, y se acercaban, peligrosamente, al parpadear el crepúsculo, y tapándose con la neblina, al pueblo.
Hubo quienes dejaban ante mi presencia caballos desbocados, y sapos de verrugas venenosas, y lobos de ojos cegados por las chispas del odio, y hasta cabras del monte que despedían un olor espantoso cuando se les cubría las cabezas con capuchas.
Coloqué un letrero frente a la puerta de mi casa.
“Se domestica animales peligrosos”.
Una tarde, una mujer ojerosa y jorobada me pidió que la acompañara a su casa.
Allí estaba el monstruo, sentado junto a la chimenea. Fumaba, caminaba, se sentaba y se volvía a levantar pues la sarna lo enfurecía. Y eran sus pasos como de eucalipto recién tumbado que arrastraban con las espaldas dobladas los leñadores.
Las hormigas y las cucarachas presentían al monstruo e iniciaban una emigración hacia la plaza.
La mujer no conseguía acercarle el servicio de café con leche y pan untado con almíbar, porque con un manotazo él hacía volar el pocillo y la bandeja por los aires.
Bajé a su taller. Allí se encontraban sus cuadros paisajistas que reflejaban una naturaleza verdosa, primaveral y caleidoscópica. ¿Cómo entender el hecho de que aquel hombre semejante a un animal pudiera ser capaz de sentimientos que iluminaran la conciencia del arte? ¿Y que perdiera la paciencia con la servidumbre?
Me intrigó su manera.
Le rogué que se bañara.
Se rió grandemente.
- Conque te has enamorado de mí - dijo.
Entonces acabé por domarlo, pues el hombre me seguía como un perro a donde iba, queriendo saber porqué razón deseaba que se duchara.
Y yo no se lo decía.
Y un día, el séptimo de la era de acuario, bañado y acicalado, me pidió que me casara con él.
No hubo manera de decirle que no.

Antonia Pérez Garcí­a
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a DELFINA ACOSTA

Mensaje por Antonia Pérez Garcí­a »

Querida Delfina, un cuento para todos los cuentos,
lleno de ficción e imaginación.
Un beso grande.
Antonia. :wink:
Un poema... ¡ Que mágica manera de decir que estoy presente !

http://webs.ono.com/antoniapgc

Marí­a de león
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comentario al cuento

Mensaje por Marí­a de león »

¡Hola Delfina!...megusta el cuento, tiene coraje para ser domadora,
la dama de este cuento.
Un saludito hasta Paraguay.
Marí­a. :)

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