"El hombre de la túnica blanca"

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Roberto Santamaría Martín
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"El hombre de la túnica blanca"

Mensaje por Roberto Santamaría Martín »


El hombre de la túnica blanca”
(Cuento navideño)

Erase una vez, una pequeña aldea perdida entre montañas, alejada de cualquier ciudad y casi aislada del mundo, por estar rodeada por una gran cordillera.
En aquel lejano lugar, tan sólo quedaban cinco familias viviendo, ya que el resto, hacía tiempo que habían emigrado a las grandes ciudades.
Una de dichas familias, estaba compuesta por Pedro; el padre, María; la madre y su único y pequeño hijo, Fermín. Este contaba tan sólo nueve años cuando acontecieron los hechos que les voy a narrar.

Aquella mañana como de costumbre, Fermín sacó a pastar un pequeño rebaño de ovejas que la familia tenía para ayudar a su menguada economía. Emprendió el camino con ellas por una vaguada que se deslizaba entre los montes que rodeaban a la aldea.
Su madre había metido en el zurrón del zagal, un cuarto de hogaza de pan y un trozo de queso, que el mismo Pedro fabricaba en casa con la leche que les daban las ovejas. Una cantimplora llena de agua completaba el almuerzo del muchachito.
El pequeño Fermín había llevado el rebaño, hasta unos ricos pastos que estaban rodeados por un frondoso robledal. Al salir de casa su padre le había advertido.
– Fermín, ten mucho cuidado con “Florita” que no se aleje mucho que está a punto de parir.
– Descuida papá, tendré cuidado.
Florita que así se llamaba una de las ovejas tenía la tripa muy abultada, señal inequívoca de que en breve nacería un corderito.
Junto a Fermín caminaba su fiel perrita “Ahicha”, que con gran agilidad, iba y venía alrededor del pequeño rebaño y con sus ladridos cuidaba de que ninguna de las ovejas se alejará del grupo.

Las nieves habían hecho acto de presencia en las cumbres que rodeaban la pequeña aldea, estas pronto bajarían hasta el valle cubriendo los pastos, con lo que la alimentación de las ovejas se haría más difícil. Transcurría el mes de diciembre, en unos días celebrarían la Navidad y la fiesta de los Reyes Magos.
Fermín desde que aprendió a escribir, llegando esos días redactaba una carta y se la daba al cartero, para que se la hiciera llegar a los tres Reyes Magos de Oriente. Jamás pidió un juguete en ninguna de sus misivas. Un año tras otro, en esas fechas, Fermín siempre pedía lo mismo.

– Queridos Reyes Magos, un año más os pido lo mismo y nunca me lo concedéis. Yo soy bueno, quiero y obedezco a mis papás, cuido de las ovejitas y quiero mucho a mi perrita “Ahicha”. Espero que esta vez me concedáis lo que os pido. Quiero que mi mami se ponga buena y que vuelva a cantar como cuando yo era un bebé. No os pido ningún juguete, tan sólo os pido que se cure mi mamá para poder jugar con ella.

María padecía una rara enfermedad congénita en las articulaciones, que le había sobrevenido cinco años antes y que la impedía caminar sin que cada uno de sus pasos le produjera un terrible dolor. Ella se servía de bastones para desplazarse a través de su pequeña casa.

Fermín detuvo la manada y se dispuso a comer el pedacito de pan y queso que su mamá le había metido en el zurrón. Las ovejas pastaban a su alrededor y “Ahicha” se tendió a su lado, estaba cansada de la caminata, aún así, levantaba la cabeza y giraba el cuello vigilando que las ovejas no se alejaran.

El pequeño Fermín sacó del morral el pan y el queso; había llegado la hora de la comida, “Ahicha” comenzó a reclamar su parte, dando saltos y ladridos alrededor del niño, este cogió el bocadillo y partió un trozo ofreciéndoselo a su perrita, que de un bocado se lo arrebató de la mano. De pronto cuando se disponía a dar cuenta del resto del tentempié, una alargada sombra hizo su presencia sobre Fermín, Este se volvió sobresaltado, pues no había oído el menor ruido. Ante sí, se encontraba un hombre de aspecto bondadoso, cubierto con una larga túnica del color del marfil; una gran barba blanca cubría casi la totalidad de su rostro del que destacaba unos hermosos y brillantes ojos, una mirada dulce y profunda surgía de ellos, mientras de su boca surgía tras una amplia sonrisa, una voz melodiosa para decirle a Fermín.

– ¡Hola jovencito!... ¿tendrías algo que darme para comer?
Fermín al pronto quedó paralizado, inmóvil por la aparición de aquel misterioso hombre, hasta que pasados unos segundos reaccionó y alargando el resto del bocadillo que estaba comiendo se lo ofreció al extraño. A continuación el hombre le preguntó.
– Por casualidad ¿tendrías algo de agua para beber?
El niño echo mano y sacó del zurrón la cantimplora en la que aún quedaba un poco de agua. Y con un gesto amable se la ofreció al extraño personaje. Aquel ser, despertó en Fermín una inmensa curiosidad, estaba tentado en hacerle muchas preguntas y ya iba a comenzar, cuando él se le adelantó.
– Dime muchacho ¿Cómo te llamas?
– Me llamo Fermín señor.
– Pero dime cuántos años tienes, quiero saberlo todo cuéntame muchas cosas de ti.
Fermín comenzó a hablar, en unos minutos contó a aquel hombre todo sobre él y sus papás
Le dijo donde vivían, como se llamaban sus padres. Le habló de la enfermedad de su madre y de cómo él todos los años, llegadas esas fechas escribía una carta a los Reyes Magos en la que les pedía que se mamá se curara, en lugar de ningún juguete.

Aquel hombre se mesó su larga barba blanca mientras observaba al niño y pasado unos minutos de reflexión, tomó la mano de Fermín mientras le miraba con sus profundos y bellos ojos, dijo al muchachito.
– ¡Sabes una cosa!...Yo te prometo que en esta ocasión, el próximo día de Reyes, ellos te van a traer aquello que tu más deseas, de modo que pide lo que tú quieras.
Fermín quedo mirando a aquel señor con asombro y se preguntaba quién sería, pero no se atrevió a preguntárselo, su presencia le confería confianza y había algo en él que le tranquilizaba, y cada vez que él le miraba, un halo de paz le inundaba.
– Yo lo que más deseo es que mi mamá se ponga buena, no quiero ningún juguete, sólo quiero jugar con ella, verla contenta, oírla cantar y que pueda caminar sin retorcerse de dolor.
– De verdad, no deseas ningún juguete. – Insistió el hombre de la barba blanca.
– No señor, ya le he dicho lo que deseo que me traigan los Reyes Magos.
– ¡Está bien hijito, acompáñame! – Y tomando la mano del niño, tiro de él dirigiéndose al borde del bosque de robles. Fermín le acompañó dócilmente y a los pocos minutos ambos se detuvieron ante un matorral, en cuyo centro asomaba una bellísima flor de lindos y brillantes colores que jamás antes el niño había visto.
Su acompañante se recogió la túnica, al tiempo que se agachaba para tomar con sus manos la hermosa flor y ofreciéndosela al niño le dijo:
– Toma esta flor y cuando llegues a tu casa, tendrás que desprender doce pétalos y cuatro estambres de esta flor, échalos en una cazuela pequeña con agua del manantial y déjala hervir durante diez minutos, cuando está se haya enfriado dásela a tu mama para que la beba esa noche en doce pequeños sorbos. Verás que en dos o tres días tu mamá se pondrá buena y podrá andar y jugar contigo.

Fermín escuchó con atención las indicaciones de aquel buen hombre y desconfiando de poder acordarse de lo que le había dicho, sacó un pequeño bloc de notas que siempre guardaba en su zurrón y se dispuso a anotarlo.
Cuando terminó de hacerlo, el niño se volvió para darle las gracias y con sorpresa se dio cuenta que él ya había desaparecido. Se asomo al borde del robledal llamándole una y otra vez, sin resultado alguno. Definitivamente se había esfumado.

Fermín llamó a su perrita para que le ayudara a reunir las ovejas y los corderillos y una vez que lo consiguieron emprendieron la vuelta a casa. La tarde se estaba acabando y había comenzado a oscurecer.
Cuando llegaron, su mamá estaba esperándole en la puerta.
– ¿Qué te ha pasado hijito, por qué tardas tanto?...Ya me tenias preocupada
– No te apures mamá, no me ha pasado nada, sólo que me encontré con un señor que me dio este remedio para tu enfermedad, ahora mismo te lo preparo, para que se enfrié y te lo puedas tomar esta noche.[/i
]La pobre mujer se quedó mirándole como si pensara que el niño se hubiera trastornado y comenzó a hacerle preguntas.
– Ya te contaré mañana mamá, ahora tengo que prepararte esta medicina.
Y a continuación el niño se metió en la cocina y siguiendo las instrucciones que le habían dado, preparó aquella infusión. Una vez enfriada se la ofreció a su mamá, diciéndole.
– Toma mamá, tienes que tomártela esta noche en doce pequeños sorbos.
Al poco tiempo llegó el padre de Fermín y dirigiéndose al muchacho dijo.
– Qué tal hijo, se han portado bien las ovejas.
– Sí papá, muy bien, ya las he guardado en el corral.
– Gracias hijo, eres un buen muchacho. – Dijo mientras alborotaba el cabello del niño en un gesto de cariño.
Después de cenar Fermín dio las buenas noches. Y guiñándole un ojo a su madre dijo.
– Mamá me voy a la cama, no se te olvide tomarte la medicina que te he preparado
– Descuida hijo, no te preocupes que me la tomaré antes de acostarme.
El padre intrigado por esta conversación entre el niño y su mujer, preguntó a esta.
– Que pasa cariño, de que medicina está hablando el muchacho.
– No lo tengo muy claro aún, me ha dicho que mañana me explicaría el encuentro que ha tenido con un señor.
Y dicho esto los dos se fueron a descansar, no sin que ella se tomara aquella infusión.

Aquella mañana Fermín se despertó antes que de costumbre, a pesar de que durante la noche no había dormido casi nada, inquieto por saber cómo se levantaría su madre aquel día. Y cuál sería su sorpresa y alegría al escuchar como su mama estaba cantando, mientras tendía la ropa que terminaba de lavar…¿Pero cómo era posible? Hacía años que no la oía cantar así.
Pero además, se la veía feliz y se movía con agilidad, como si jamás hubiera estado enferma.
E inmediatamente Fermín pensó en aquel señor con apariencia majestuosa, que vestido con aquella larga túnica y barba blanca, había conocido el día anterior.

La madre al ver al muchacho le dijo.
– Bueno mi niño, y ahora me dirás ¿qué misterioso encuentro tuviste ayer mientras pastoreabas?
Fermín le contó con todo detalle la experiencia que había tenido en el prado y al comprobar cómo su mamá había mejorado pregunto.
– Mamá ¿ Tú te encuentras bien? ¿Ya no te duelen las piernas ni los brazos?.
– No hijito, ya no me duele nada, la medicina que me conseguiste, ha curado mi enfermedad.
– Entonces, ese señor que vi ayer ¿Era un doctor?
– No mi amor, ese señor como tú le llamas, no era un doctor…Era un Ángel, porque sabes mi vida, los Ángeles siempre se les aparecen a los niños buenos y tu mi amor eres el más bueno del mundo.

Aquel año, durante el día de Reyes Fermín recibió de los Reyes Magos un montón de juguetes y en los días siguientes, siempre que salía con las ovejas al prado, miraba a su alrededor con la esperanza de ver aparecer al señor de túnica y barba blanca, para darle las gracias por haber curado a su mamá.

Fin

©Roberto Santamaría

Antonia Pérez Garcí­a
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a Roberto Santamarí­a Martí­n

Mensaje por Antonia Pérez Garcí­a »

Estimado Roberto, ¡MARAVILLOSO CUENTO EN ESTAS FIESTAS!...
La ilusión se apodera de la pluma del escritor y deja verdaderas maravillas.
Gracias por honrarnos de esta lectura, y en lo profundo de nuestro
corazón queda la fe.
Un abrazo y ¡FELICES FIESTAS !!
Antonia.
Un poema... ¡ Que mágica manera de decir que estoy presente !

http://webs.ono.com/antoniapgc

Roberto Santamaría Martín
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Re: a Roberto Santamarí­a Martí­n

Mensaje por Roberto Santamaría Martín »

Antonia Pérez Garcí­a escribió:Estimado Roberto, ¡MARAVILLOSO CUENTO EN ESTAS FIESTAS!...
La ilusión se apodera de la pluma del escritor y deja verdaderas maravillas.
Gracias por honrarnos de esta lectura, y en lo profundo de nuestro
corazón queda la fe.
Un abrazo y ¡FELICES FIESTAS !!
Antonia.
Gracias por tus cálidas palabras amiga, me alegra saber que te gustó mi cuento navideño.

Un abrazo y FELICES FIESTAS

Roberto

Marí­a de león
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Re: "El hombre de la túnica blanca"

Mensaje por Marí­a de león »


¡Excelente lectura!
lo felicito Roberto.
Un saludito
María.

Roberto Santamaría Martín
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Re: "El hombre de la túnica blanca"

Mensaje por Roberto Santamaría Martín »

Marí­a de león escribió:
¡Excelente lectura!
lo felicito Roberto.
Un saludito
María.
Gracias mi estimada amiga María por tu amable lectura y tus elogiosos comentarios...celebro saber que lo disfrutaste.

Un fraternal abrazo

Roberto
¿Quién dijo que la poesía ha muerto?
Si por cada gusano que nace brotan dos rosas.

José Marti

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