Me levanté para escribir
que ya sabía que no me querías.
Me asomé a la ventana
para buscar la calle por donde me iría.
Me puse las gafas y el alma,
y escribí:
“Sé que no me quieres
por no encontrar tus calles.”
Me quité las gafas y,
con el alma encima,
me asomé al balcón
(justo por encima de tu boca)
para agarrarle al aire
el beso que no necesitaba,
aquella esgrima inútil
que dejaban las noches en tablas.
Decidí quitarme el alma,
otra vez desnudo,
y echarte otro vistazo
en rojo sobre gris, como siempre,
para recordar los días de las navajas.
Siempre supe que no me querías
pero con los días
la niebla es más dura y precisa.