Al mirar desde la altura todo el valle que se muestra
de cien verdes tapizado por paleta magistral,
de Natura la grandeza se evidencia cuando, diestra,
sus pinceles armonizan este lienzo sin igual.
Hay un río de agua clara que se esconde y aparece
con su cauce recorriendo los matices del edén.
Mientras ruge en el torrente y en los prados enmudece,
tornasola sus reflejos como cinta de satén.
Unas nubes que parecen un rebaño de elefantes,
por el cielo, lentamente, van pastando en algodón,
y los árboles del valle las contemplan vigilantes
porque saben que muy pronto cambiarán de posición.
Como bellas lentejuelas, derrochando colorido,
muestran pétalos las flores presumiendo en rededor.
De su cáliz las abejas con el néctar recogido
lograrán en sus colmenas la dulzura en el sabor.
Cuando el viento se despierta y las ramas acaricia
con el suave balanceo que las quiere conquistar,
el perfume de la hierba, que se aspira con delicia,
emborracha mis sentidos como labios al besar.
Va durmiéndose la tarde, sombras cubren la colina,
al tocar el horizonte se enrojece el astro rey.
Ante el velo de la noche una estrella se ilumina
y un pastor apresurado recogiendo está su grey.
El ardiente panorama sobrecoge en su grandeza,
es un cuadro indescriptible, fascinante, colosal,
largas nubes desgarradas engalanan su belleza
con flamígeros colores del ocaso celestial.
Abrumado me retiro, del paisaje ya me alejo
mientras guardan mis retinas el magnífico esplendor
y me viene al pensamiento: Si esto es sólo Su reflejo,
¡Cuál será¡ la inmensa gloria de mirar a su Hacedor!
AGUSTÍN