De haberte sincero sido
y haberte contado cosas
que nunca debí haber dicho.
Me equivoqué en mi inocencia,
como si fuese aún un niño,
cuando tú estabas fingiendo
entre sonrisas y mimos.
Reconozco que merezco
por ser tan tonto un castigo.
Pero, ¿tú qué te mereces?
Mejor será ni decirlo.
¡Anda y vete por tu senda,
prosigue por tu camino!
No te me cruces más nunca,
déjame vivir tranquilo.
De verdad, te lo aseguro:
¡Es que no te necesito!
¿Para qué, para alentarme
y luego dejarme frío?
Prefiero quedarme solo,
no contar ni con amigos
de los de mala memoria
que no recuerdan que existo.
Así que vive tu vida.
Piensa, aunque no lo preciso,
que gracias a tus engaños
siete poemas te he escrito.
Puede ser que me maldigas…
Soy franco: ¡Me da lo mismo!