nació un hidalgo gentil
de pobre y triste figura,
lo mismo que su rocín.
Se llamaba Don Quijote
tan ingenioso adalid,
la fama le dio Cervantes
y el amor el frenesí.
Cuentan que el hombre no estaba
en su juicio ni cabal,
pues los campos recorría
en busca de un loco afán.
Por Dulcinea llorando
se enfrentó en su caminar
con molinos que en gigantes
transformó su enfermedad.
Muchos palos, mal comido,
tuvo al cabo que volver
a su casa destrozado,
hambriento y muerto de sed.
Pero la gloria por siempre
alcanzó para su bien;
al cabo de varios siglos
todos se acuerdan de aquél
que, con figura hilarante,
lució galana altivez.
¡Ya quisieran tener muchos
su alocado pundonor
y pasar así a la Historia
como él, sin duda, pasó!
Le llaman loco, ¡no importa!
El caso, quieran o no,
es que ha vencido a la muerte
por su enorme corazón.