y, en esta enorme locura,
te pasan una factura
no se piensen que de poco.
Mas reclamas y tampoco
te responde una persona
sino una voz muy dulzona
diciéndote que presiones,
entre varias elecciones,
una tecla y te abandona.
Así, te quedas pasmado,
patidifuso y fatal,
porque suele el comercial
siempre encontrarse ocupado.
Al final, del otro lado,
hay una voz que te atiende.
¡Ten cuidado, que te vende
lo que tú no solicitas!
Son normas que están escritas
y que ni Dios las entiende.
- Mire usted, que yo quería...-,
comienzas tu alocución.
El otro va a comisión
y no escucha ni a su tía.
Él se pasa todo el día
dedicándose a la venta.
Tu queja, pues, no le renta
y te dice: - En un momento
le paso al departamento
pertinente y lo solventa. -.
Y allí comienza el calvario
- disculpe usted, si es creyente -,
pues te pide el nuevo agente
el D.N.I. ¡Necesario!
Luego suelta un comentario
que no lo entiende ni Cristo,
para dárselas de listo
afirmando que es la norma.
No existe ninguna forma
de que comprenda, está visto.
Del almuerzo ya es deshora
y nada llevas resuelto.
Mejor fuera haber devuelto
el cargo a la operadora.
Aparece tu señora,
trayéndote la comida.
- Vamos a comer, mi vida.-.
- Come tú, que ya termino.-
En eso, ¿será ladino?,
el otro de ti se olvida.
Se corta la conexión
y otra vez a dar la lata.
¡Desde luego es mala pata,
después del largo plantón!
Marcas con nuevo tesón
y a quien responde le espetas:
- ¡Basta ya de tantas tretas,
estoy hasta las narices! -.
Y, con enojo, le dices:
- ¡Vaya usted a hacer puñetas! -.