Los mineros apagan el carburico
al salir del fondo de las minas.
Llenan las tabernas
con tonás y bulerías,
seguiriyas y tarantos,
soleás y cartageneras...
dichas y quebrantos.
Con los pulmones deshechos
por el plomo toman aliento
pa cantar mientras olvidan
la muerte y las penas,
saboreando el carajillo
en la partida de brisca.
Desgarra el corazón
con su quebranto,
la voz de su garganta,
la voz del alma
y de las entrañas de la tierra.
En la Catedral del Cante,
el pueblo rememora
la sangre de los muertos,
el quejío de las maeres,
el coraje de los hombres...
Sobre las pálidas montañas,
encarnao está el corazón
del cristo de los mineros,
y, como el carbón, negro
de luto y dolor.
Van a encontrarse
el barrenero, el picaor,
el tornero, el enganchaor...
con el embrujo
de la madrugá flamenca.
Atrás los túneles y galerías.
Se reemplazó el martillo
el pico y la barrena
por el cante Jondo,
el baile y la guitarra,
alumbraos con la lámpara minera.