Fue la materia el origen de todo
principio de aquella eclosión,
que permitió que el universo
sembrara su espacio de estrellas
con su grandioso “Big bang”.
Fue aquel líquido primigenio
el agua milagrosa de vida,
la misma con la que Pilatos
lavó sus cómplices manos,
cual lavatorio de culpas…
La misma que cual divino castigo
lo inundó todo, con el diluvio.
Cada año se cumple el mismo drama,
La misma farsa; una y otra vez,
se ejecuta la misma parafernalia
cual impúdica hipocresía.
Seguimos celebrando la crucifixión,
y muerte de un Justo, que al igual
que otros muchos y a lo largo
de los tiempos, y de diferentes
civilizaciones, fueron ejecutados.
Torturados, muertos y vilipendiados
unos, otros perseguidos, o ignorados,
mas todos cargaron con la Cruz
redimiendo las culpas y yerros ajenos.
Cristo, Gandhi, Teresa de Calcuta,
Martin Luther King, Nelson Mandela,
Eleonor Roosevelt, Desmond Tutu,
Aung San Suu Kyi, y otros muchos;
seres buenos, nobles y generosos
que ofrecieron la otra mejilla
en nombre de quienes no lo merecían.
¿Cuántos crucificados, quedan aún
por inmolar en nombre de un Dios?
¿Cuántos más son necesarios
en la construcción de una sociedad
cada vez más injusta y despiadada?
¿Sera cierto aquello que predicen
los más agoreros cuando dicen:
“Sólo el hombre es responsable
De su propia destrucción...”
Más nos valiera reflexionar sobre ello
antes que la tregua acabe…
©Roberto Santamaría